En la entrada del museo hay una mesa de ping-pong. En realidad, son dos mesas ensambladas en forma de equis, del cuadrado central sobresale un pequeño jardín acuático que sirve como red y todo está listo para jugar. Es una revisión de una de las obras canónicas de Gabriel Orozco (Mesa de ping-pong con estanque, 1998) que lo auparon a lo alto de la escena internacional del arte. Casi todos los elementos de su universo están ya ahí: geometría y naturaleza, lo manual y lo mecánico, orden y accidente, el objeto cotidiano fuera de lugar. Y sobre todo, la voluntad de poner los materiales y las ideas en constante movimiento con la ayuda de todo el que quiera entrar a su mundo dislocado y ponerse a jugar.
El universo completo de Gabriel Orozco: “Nunca volveré a hacer una exposición así”
