Seis días le quedan a López Obrador en la Presidencia, espacio para tres colaboraciones. Aunque llegó a ese puesto gracias a una democracia incipiente, en construcción, lo que deja es un sistema autoritario, donde la fuerza hegemónica es el partido que creó hace poco menos de diez años. Un partido/movimiento que inició llevándose a la mitad del PRD de entonces, pero que para 2018 se llevó prácticamente al resto de ellos, y le sumó la mitad del PRI. En 2024, el PRD desapareció, y el PRI quedó reducido a su mínima expresión.
Morena ha absorbido a esos dos partidos, no en su totalidad, porque algunos miembros destacados optaron por acercarse a través del PT o del Verde, pero también ha atraído panistas que buscan impunidad. Es difícil entender de otra forma que militantes del partido creado para enfrentar la ideología de la Revolución, sean ahora fervientes seguidores del caudillo. El mazacote que es la coalición oficialista, cuyo único elemento cohesionador ha sido López Obrador, está en manos de sus herederos desde el domingo.
Ese mazacote no parece tener mucho respeto por la presidenta electa, según reportes de prensa. Su discurso en el evento del domingo no se acompañó de aplausos y porras, dejando claro que el líder es otro. Para quienes habían pensado que bastaba sentarse en la silla presidencial para tener el poder en las manos, eso debería disuadirlos. Los ejemplos tradicionales, siempre de la época del PRI, olvidaban que en ese entonces, Presidencia y liderazgo del partido eran inseparables. Hoy no es así.
La presidenta tendrá tan sólo herramientas administrativas, pero pronto descubrirá que no existen. La destrucción de la gestión pública en este sexenio no ha sido reconocida cabalmente. Secretarios y secretarias ineptos, a quienes se les redujo brutalmente el presupuesto, acompañados de centenares de subordinados, en todos los niveles, sin capacitación alguna. Cuando tomen posesión, en una semana, los miembros del gabinete de Sheinbaum enfrentarán con horror dependencias que no pueden hacer absolutamente nada.
Por si fuera poco, el nuevo gobierno llega sin dinero, como se sabe. El déficit fiscal de este año, que rondará 6% del PIB, no podrá reducirse en 2025. Al menos no en el monto que han prometido. Si hoy, con ese exceso de gasto, las secretarías no tienen para comprar agua, café, papel higiénico, toner, gasolina, imagínese reducirles el presupuesto. En inversión, que siempre es el colchón de ajuste, el gasto en este año no es nada extraordinario, y no podrá reducirse porque las magnas obras, elefantes blancos, seguirán requiriendo recursos.
Si estuviéramos en un periodo de expansión económica, podríamos apostarle a una reducción razonable del déficit, confiando en que la mayor recaudación, y el mayor PIB, completarían la chamba. Pero no estamos ahí, al contrario. A como se ven las cifras (que cada vez se ven más borrosas, por cierto), no sería raro un cuarto trimestre con contracción, y algo similar para el inicio de 2025.
Finalmente, el riesgo asociado a nuestro país ha crecido notablemente desde la elección. En mi cálculo comparando el tipo de cambio frente al dólar, con el de esta moneda frente a las divisas más comerciadas, en junio y julio tuvimos entre 5 y 10% más riesgo que en mayo, mientras que durante septiembre hemos estado ya por encima de 20%. Falta la decisión del Banco de México este jueves, y sigue la espada de Damocles de la reforma a organismos autónomos, que parece que están pateando en Diputados, pero nada es seguro.
En suma, el poder político está en manos de López y herederos, mientras que los costos fiscales y administrativos le corresponden a Sheinbaum. El escenario económico no es bueno, pero los riesgos financieros son elevados. Faltan seis días, pero completos.