Zocalazo rosa

El domingo la oposición que apoya a Xóchitl Gálvez se hará presente en distintas plazas del país, pero tendrá que colmar el Zócalo de la capital si quiere que se le crea que tiene opciones de competir en las presidenciales del 2 de junio y, desde luego, en la Ciudad de México.

“Es el ahora o nunca” para la resistencia al lopezobradorismo. Las plazas llenas no necesariamente ganan elecciones, pero sin éstas la narrativa de que hay competencia se vuelve quimérica.

Llenar el Zócalo no es lo más importante, pero es indispensable para que, de tomar la palabra ahí, Gálvez tenga una solvente plataforma de credibilidad. Un buen discurso suyo, con plaza llena a quince días de la elección, le permite soñar con supuestos votos ocultos.

Morena puede llenar más, y más veces el Zócalo. Quienes ahí militan lo creen suyo, a pesar de que en este sexenio la llamada marea rosa ha pisado Reforma y esa plaza para protestar contra Andrés Manuel López Obrador.

Si el zocalazo sale bien, el mitin podría permitir a Gálvez, dos semanas antes de la elección, olvidar el retrovisor: cancelar de tajo los cuestionamientos de si no debería renunciar a favor de Jorge Álvarez Máynez, si no debe declinar por Movimiento Ciudadano.

En cambio, un mal mitin rosa confirmaría que la candidata se quedó sin oxígeno antes del final de la elección, y mientras la abanderada de Morena llegaría con tranquilidad a las urnas, Máynez se volvería una alternativa para votantes que originalmente creían en Xóchitl.

De ocurrir, un buen zocalazo rubricará además que en este sexenio el obradorismo fue de tan hondo calado que lo más seguro es que provoque, luego del 2 de junio, un cisma en la estructura partidista surgida, más o menos, hace casi un siglo.

La marea rosa fue instrumentada por la conjunción de intereses de dirigencias partidistas con alto desprestigio y mayor voracidad, y por líderes ciudadanos, ligados al pasado del PRD, unos, y a organizaciones de la sociedad civil y el empresariado, otros.

El experimento fundacional de esos activistas se llamó Xóchitl Gálvez, pero tiene fecha de caducidad el día 2, cuando el resultado puede llevar a la hidalguense a cualquier escenario, desde ocupar la silla del águila hasta volver a su vida privada como empresaria.

En cambio, para quienes ya saben negociar con militancias partidistas que se pueden acarrear y al mismo tiempo sacar a la calle a clases medias no sectorizadas, se viene la prueba de fuego.

De qué se va a tratar su partido, quién lo va a dirigir y cuánto les quedará si, como es previsible, los tres logotipos que fueron sus aliados coyunturales se reacomodan como siempre.

Pasar de ciudadanos a políticos supone más que dejar la careta de la sociedad civil. Implica entender la inquietud y crear un ideario que, si resuena en muchos en un momento crítico, se vuelva la base necesaria para marcar un hito en la política mexicana.

Hoy se ve con desdén al PRI, a su némesis histórica el PAN, y a la organización que hace 45 años surgió como alternativa a la corrupción revolucionaria y a la derecha que cancelaba derechos mientras negociaba prebendas; pero, vivieron su momento institucional.

Medio siglo después esas tres organizaciones necesitaron una candidata externa. La campaña de Gálvez parece haber tomado rumbo. Quizá muy tarde para apretar a la puntera Sheinbaum, quizá justo a tiempo para quemarle el arroz.

En el zocalazo no hay medias tintas, o sale muy bien, o desfonda a la actual oposición, y al embrión de lo que se creía una nueva alternativa.

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