En su célebre poema “Se habla de Gabriel”, Rosario Castellanos desmitificó la romantización de la maternidad al hablar de ella misma y su hijo como seres desvinculados. En este caso, la figura del hijo casi nos evoca a la de un vampiro, ya que le roba el color a la sangre de su madre y la obliga a partir en dos cada bocado. El mensaje rompe con el estereotipo de abnegación y sacrificio que suele caracterizar a las madres en América Latina.
A las mujeres mexicanas se nos asignan muchos roles y se espera que cumplamos con ellos a la perfección, muchas veces sin tomar en cuenta nuestros propios anhelos. Quizás el papel más intransigente que se nos exige interpretar es el de mamá.
Al respecto, podemos tomar como referencia el Monumento a la Madre de la CDMX. Esta escultura de una mujer con su hijo fue inaugurada el 10 de mayo de 1949 con una placa a sus pies que reza “A la que nos amó antes de conocernos”. En 1991, la base de la escultura fue intervenida por feministas para agregar una adenda importante: “Porque su maternidad fue voluntaria”. Esta frase evidenció el elemento indispensable de la libre elección para el ejercicio de los derechos sexuales y reproductivos.
En 2021, el Pleno de la Suprema Corte de Justicia determinó por unanimidad de votos que las leyes que criminalizan el aborto de forma absoluta son inconstitucionales y actualmente doce entidades federativas han despenalizado el aborto voluntario. A pesar de que hemos avanzado en el reconocimiento del derecho al aborto y se ha rebasado la idea de que “ser mujer es igual a ser madre”, aún quedan muchas deudas pendientes con las mujeres y demás personas con capacidad para gestar.
Así, no solo se trata de garantizar que cada persona tenga la libertad de elegir si decide o no gestar, sino que también deben proveerse las condiciones materiales necesarias para que la maternidad pueda ejercerse dignamente —para quien decida hacerlo—.
Al respecto, cobra relevancia el enfoque de justicia reproductiva, el cual enfatiza que todas las personas que se reproducen requieren un contexto seguro y digno para vivir estas experiencias humanas fundamentales. Para ello, es necesario garantizar el acceso a recursos comunitarios tales como servicios de salud, educación y vivienda de alta calidad, así como un salario digno, un ambiente sano y redes de apoyo para cuando estos recursos fallen (London, 2013).
Uno de los aspectos más dolorosos de la maternidad es la alienación que produce en las vidas de quienes la ejercen. Sin embargo, ser madre no debería significar criar en solitario, quedarse encerrada en casa o renunciar a otros ámbitos de nuestra vida (Vivas, 2018).
Cabe subrayar que las madres mexicanas no solo dedicamos una buena parte de nuestro tiempo y energía al cuidado de nuestros hijos e hijas, sino que también cuidamos a las demás personas de nuestro núcleo cercano. Esto se deriva en gran parte a esta construcción de la mujer en el imaginario colectivo bajo el “ser para otros” (Gimeno, 2019) y sobra decir que este mandato ha servido por siglos para confinarnos a los espacios domésticos.
Según datos reportados en la Encuesta Nacional para el Sistema de Cuidados de 2022, en México 31.7 millones de personas de 15 años o más brindaron cuidados a integrantes de su hogar o de otros hogares. De esta población, el 75.1% correspondió a mujeres y apenas el 24.9% a hombres. Igualmente, se apuntó que las mujeres que son cuidadoras principales dedicaron alrededor de 38.9 horas semanales a labores de cuidados (INEGI, 2023).
Estas cifras nos demuestran una crisis que aún no ha sido valorizada como se debe en México. Debemos reconocer, como punto de encuentro, que, para lograr maternidades más libres, felices y dignas, no bastan las flores y los festivales, sino que es necesario trabajar desde el Estado y la sociedad para que las labores de cuidados se redistribuyan equitativamente. Se lo debemos, como mínimo, a todas las personas que crían, cuidan y necesitan cuidados.